Un debate Filemón - H.C.F. Mansilla: Ambiciones y hojas de coca
1997 - Rafael Archondo (Presencia)
Dos personalidades nitidamente contrapuestas en duelo fraguado desde el teclado. Entrevistados por separado, se enfrentan para discutir el porvenir de tanto voto cocalero cosechado en diciembre de 1995 y junio de 1997. Para Filemón Escóbar ha nacido una nueva izquierda en el Chapare, para H.C.F. Mansilla eso es pura retórica
Visionarios a su manera, los dos hombres están hechos de maderas muy distintas. A Filemón Escóbar se lo encuentra hoy deambulando entre las cuatro colmenas de abejas, las higueras aún modestas o los archipiélagos de tuna de su amplio huerto familiar, allí en el barrio de “Los Trojes”, en su Cochabamba adoptiva. A H.C.F. Mansilla se lo aborda en su departamento de la avenida Arce de La Paz, rodeado de cuadros coloniales y muebles antiguos sobre los que un pequeño gato atigrado brinca con la agilidad propia de su especie.
El primero alterna sus días entre la máquina de escribir sobre la que teje sus memorias, las reuniones con sus compañeros cocaleros, para los cuales funge afectuosamente como “don Filimón”, y las zambullidas periódicas en su diversa y amplia biblioteca conformada por todas las obras de Trotsky, piezas excéntricas del pensamiento socialista universal y volúmenes de literatura nacional dedicados y hasta corregidos por el puño y letra de sus autores. Mansilla en cambio, al que nunca le apasionó el activismo político, confiesa vivir ahora en una “torre de marfil”, alejado de la algazara radial y televisiva, aunque por fortuna bien abastecido de esa ironía afilada que lo ha hecho un maestro de la crítica y un adversario del pensamiento complaciente. Fueron entrevistados por separado y ahora están unidos en estas páginas en torno a una pregunta candente: ¿Qué hacen los cocaleros metidos en la papeleta electoral?, o en otros términos, ¿es normal que unas federaciones de campesinos asuman el rol de un partido político y conquisten el sexto lugar en la última elección?
Debate Cochabamba - La Paz
Filemón Escóbar deja caer las últimas gotas de jugo de naranja en uno de los dos vasos preparados para esta entrevista, luego recupera el infalible cigarrillo, ya convertido con los años en el sexto dedo de su mano derecha, y afirma sin vacilaciones: “Una nueva izquierda ha nacido en el Chapare”. Sus ojos se clavan como puñales en los azulejos de su soleada cocina, lindante con la lavandería. Filemón no ha perdido ese timbre de firmeza en la voz, aquel que le sirvió para aplacar a los mineros tras el cerco de Calamarca, epílogo dramático de la Marcha por la Vida que condujo junto a Simón Reyes en 1986. Gracias a su verbo convincente, los marchistas aceptaron el repliegue ordenado y pudo esquivarse una masacre. Lo único nuevo ahora, una década más tarde, son esos lentes que le regalan un aire de intelectual que antes destellaba de maneras más sutiles.
Escóbar ha pasado de militante obrero a militante cocalero y ha encontrado en las sofocantes asambleas de Eterazama el vigor social al que se acostumbró cuando era dirigente de Catavi. Ni siquiera lo duda, el paralelismo está ahí sin más rodeos: “Cochabamba es ahora lo que fueron las minas en los años 50, el centro económico del país”.
“Filipo”, como lo conocen sus viejos amigos, ha trocado algunas palabras de su vocabulario habitual. Ya no habla de propiciar grandes inversiones en la Comibol para preservar los quilates políticos del proletariado minero, sino de potenciar las alcaldías controladas por la Asamblea de la Soberanía de los Pueblos (ASP), la organización política liderizada por Evo Morales. El poder cocalero es una realidad en Cochabamba, cuyo Consejo Departamental está dominado por delegados provinciales capitaneados nada menos que por el propio Escóbar.
Y allí, en el Chapare, el ex dirigente obrero vive periódicos baños de multitud. Tres congresos de las federaciones del Trópico lo han elegido como su asesor predilecto. “Tengo más votos que el Evo”, dice con picardía.
Si lo que cuenta es cierto, esta permuta de productores de estaño por productores de coca no es un mero reacomodo táctico para él, sino la continuidad de sus ideas más intimas, dentro de otro escenario. En los años 70, Escóbar sostuvo que los sindicatos en Bolivia no podían ser comprendidos en el sentido occidental, es decir, el de defender consignas gremiales, sino que estaban dotados de una vocación hacia el autogobierno. Así, la COB, más que una clásica central sindical, era un órgano de poder de talla soviética. Por eso Escóbar propuso en su tiempo que los trabajadores organizados se adueñen de la coyuntura democrática inaugurada en 1978 y avancen hacia la toma del poder, pero no a través del partido político a la usanza bolchevique, sino mediante sus organizaciones naturales.
Ahora esas ideas parecen verse reflejadas en la aventura electoral de Evo Morales y sus huestes. “Aquí se ha fusionado la actividad sindical con la política, ya no hay separación entre ambas”, comenta Filemón reconfortado. Pero no sólo eso, hoy los líderes campesinos son alcaldes, concejales, consejeros departamentales y desde agosto pasado, parlamentarios. Las federaciones del trópico cochabambino han optado por acceder al poder político sin mediadores, aunque con sigla prestada, la de la Izquierda Unida. “Antes era más utópico”, dice Filemón subrayando que sus ideas tienen hoy más asidero que antes. Y el autogobierno, ¿funciona?, le consultamos. Él no tiene la menor duda, “hay que ver cómo las bases carajean a sus representantes”, comenta. Por lo pronto, de los 20 mil bolivianos de dieta que recibe cada congresal de ASP, 18 mil deben ir a manos de sus organizaciones.
Es momento de convocar a H.C.F. Mansilla. Para este filósofo con estudios en Alemania, las ideas de Escóbar son “teóricamente insostenibles”, pues la insurgencia de un movimiento como el de los cocaleros dista mucho de ser la cuna de una nueva izquierda en Bolivia. Mansilla va más allá al afirmar que ASP sólo representa los intereses sectoriales de una pequeña fracción de la población cochabambina y que ni siquiera es un movimiento revolucionario, sino uno bastante individualista y conservador. “Tiene, como todavía lo exigen las modas bolivianas, un barniz rojo, porque no se atreve a expresar públicamente su ideología altamente sectorial”, asegura Mansilla. En síntesis, un espejismo sin grandes rasgos extraordinarios.
El antagonista de Filemón Escóbar en este debate figurado desmonta también la idea de que la fusión entre lo sindical y lo político sea algo radicalmente distinto o contestatario. Mansilla piensa que es muy normal que un grupo de presión como los cocaleros, provisto de banderas particulares, canalice sus demandas de manera autónoma ante la falta de un partido que lo represente. Al mismo tiempo no cree que el actual sistema político boliviano se vea debilitado por la presencia de ASP, dado que los cocaleros, vaticina, no conseguirán construir una organización nacional capaz de restarle espacio a las siglas políticas tradicionales. “Han tocado el tope de sus posibilidades”, sentencia nuestro entrevistado. Como es natural, Escóbar piensa en clave optimista sobre esto y profetiza un próximo triunfo municipal de ASP en 14 de las 16 provincias cochabambinas.
En torno a los ecos suprarregionales que pueda tener el movimiento dirigido por Evo Morales y Alejandro Veliz, Mansilla no encuentra porvenir alguno para otros movimientos sociales decididos a transformarse en opciones políticas. Él cree que si bien los partidos bolivianos han desilusionado con frecuencia a sus adherentes, no hay razones para creer que éstos puedan ser reemplazados por sindicatos o asociaciones civiles. La respuesta de Escóbar a este cuestionamiento es materia del recuadro que completa estas páginas.
OJO RECUADRO
La coca como caudillo
Un anhelo pendiente:
ganarse al país
“El movimiento cocalero sólo representa sus intereses parciales. Lo que en realidad hace es ideología en el sentido clásico, es decir, hacer pasar intereses sectoriales como si fuesen nacionales, pero no tiene ninguna incumbencia, a Dios gracias, ni en el resto del país ni en los demás segmentos de la sociedad cochabambina”. Palabras lapidarias de H.C.F. Mansilla. El aislamiento de los productores de coca es para él la demostración más clara de su inviabilidad como proyecto nacional.
Filemón Escóbar coincide sólo parcialmente con este punto de vista. Está de acuerdo en que la meta principal del movimiento cocalero consiste ahora en ganar a sus consignas a la mayoría empobrecida del país, en acaudillar a la nación. Ese también fue el desafío pendiente de los mineros en su época de oro, quebrar el cerco y transformarse en clase nacional. Sus persistentes derrotas o victorias se explican por la ausencia o presencia de su liderazgo en la opinión pública del país.
En lo que Escóbar difiere de Mansilla es en el devenir. El asesor de los cocaleros piensa que la hoja de coca y los paradigmas de la cultura andina tienen la capacidad de convocar a las mayorías afincadas fuera del perímetro cochabambino. Para refirmar su optimismo Escóbar recuerda que ASP tiene un caudal de votos decisivo en el valle alto, no sólo en el trópico del departamento. La razón es muy simple, los cultivadores vallunos pasan importantes periodos de año en los cocales, han copado ambos pisos ecológicos y se mueven de un sitio al otro con la mayor soltura. A ello se suma la migración a la zona de ex trabajadores mineros, quienes con su preparación política, han añadido un ingrediente más al paisaje de los conflictos y la organización regionales. En sus primeras visitas al trópico, Filemón Escóbar reconoció en una asamblea campesina a diez ex perforistas de la sección “Lagunas” de Siglo XX.
De manera que si ASP quiere trascender los límites de su actual representación, debe desbloquear en la sociedad boliviana, propone Escóbar, la identidad étnica
Doble identidad de la lucha de clases en Bolivia, lo étnico y lo clasista. La dirigencia de la COB debe ser expresión de la cultura andina. A la COB le faltó el paradigma andino amazónico.
Los cocaleros también empiezan a enteder a las otras etnias.
Elección de Filemón como asesor, más votos que el Evo. En tres congresos.
Izquierda nació del vientre de la Universidad. 1920, 1970. Nueva izquierda nace el 3 de diciembre de 1995 y el 1 de junio de 1997. Ya no se cree en la izquierda universitaria porque termina en la derecha, Goni expresión de la universidad.
Paradigmas de la nueva izquierda: defensa del medio ambiente, solidaridad, servir a los demás. Romper el paradigma industrialista, buscar la seguridad alimentaria, derecho a la fiesta (no ser competitivo).
La toma del poder, mejor si electoralmente, ganar en 14 provincias de Cochabamba excepto Quillacollo y El Cercado.
Quiebra del MBL, norte de Potosí, quiebra de Condepa.
Dos limosnas de Goni, la PP y la Descentralización.
Diagnóstico al futuro, notable inseguridad, carácter hipotético.
Ahora menos que nunca, los acontecimientos de los últimos años demuestran que los dirigentes cocaleros son más realistas, están defendiendo como debería ser dando a conocer la legitimidad de intereses particulares. Franco descenso del culto a la coca en población indígena urbanizada, pero en ascenso entre intelectuales que se dedican, como el señor Escóbar, profesionalmente a defender causas políticas, les dan cobertura ideológica. Rolando Sánchez, imágenes de progreso de las comunidades, estas quieran modernizarse a la occidental. Papel decadente de la hoja de la coca, el acullico se pierde, esto no es reversible, la cultura occidental es tan fuerte que echará por la borda lo que queda de estas costumbres indígenas. el culto a la coca, una invención ideológica.
Manejan más recursos, en la mayoría de los países se dan procesos de municipalización, Colombia desde 1991, enorme fuente de atracción para los movimientos guerrilleros, FARC y ELN para apropiarse de esos fondos públicos, ahora más fácilmente saqueables. En Bolivia la realidad es menos dramática, pero sigue esa pauta, organización para apropiarse de esos fondos públicos. Esa ha sido el único efecto práctico de la Participación Popular, una democratización de la corrupción.
Los aleja algo de la violencia, en el momento en que entran al juego electoral, aceptan las reglas del juego, las leyes, el ordenamiento de la sociedad. Por lo menos esta decisión de participar en elecciones nos alejan de una violencia. Noto en el movimiento cocalero una moderación creciente. Todos los grupos tratan de sacar su ventaja dentro del marco de lo posible.
Dos personalidades nitidamente contrapuestas en duelo fraguado desde el teclado. Entrevistados por separado, se enfrentan para discutir el porvenir de tanto voto cocalero cosechado en diciembre de 1995 y junio de 1997. Para Filemón Escóbar ha nacido una nueva izquierda en el Chapare, para H.C.F. Mansilla eso es pura retórica
Visionarios a su manera, los dos hombres están hechos de maderas muy distintas. A Filemón Escóbar se lo encuentra hoy deambulando entre las cuatro colmenas de abejas, las higueras aún modestas o los archipiélagos de tuna de su amplio huerto familiar, allí en el barrio de “Los Trojes”, en su Cochabamba adoptiva. A H.C.F. Mansilla se lo aborda en su departamento de la avenida Arce de La Paz, rodeado de cuadros coloniales y muebles antiguos sobre los que un pequeño gato atigrado brinca con la agilidad propia de su especie.
El primero alterna sus días entre la máquina de escribir sobre la que teje sus memorias, las reuniones con sus compañeros cocaleros, para los cuales funge afectuosamente como “don Filimón”, y las zambullidas periódicas en su diversa y amplia biblioteca conformada por todas las obras de Trotsky, piezas excéntricas del pensamiento socialista universal y volúmenes de literatura nacional dedicados y hasta corregidos por el puño y letra de sus autores. Mansilla en cambio, al que nunca le apasionó el activismo político, confiesa vivir ahora en una “torre de marfil”, alejado de la algazara radial y televisiva, aunque por fortuna bien abastecido de esa ironía afilada que lo ha hecho un maestro de la crítica y un adversario del pensamiento complaciente. Fueron entrevistados por separado y ahora están unidos en estas páginas en torno a una pregunta candente: ¿Qué hacen los cocaleros metidos en la papeleta electoral?, o en otros términos, ¿es normal que unas federaciones de campesinos asuman el rol de un partido político y conquisten el sexto lugar en la última elección?
Debate Cochabamba - La Paz
Filemón Escóbar deja caer las últimas gotas de jugo de naranja en uno de los dos vasos preparados para esta entrevista, luego recupera el infalible cigarrillo, ya convertido con los años en el sexto dedo de su mano derecha, y afirma sin vacilaciones: “Una nueva izquierda ha nacido en el Chapare”. Sus ojos se clavan como puñales en los azulejos de su soleada cocina, lindante con la lavandería. Filemón no ha perdido ese timbre de firmeza en la voz, aquel que le sirvió para aplacar a los mineros tras el cerco de Calamarca, epílogo dramático de la Marcha por la Vida que condujo junto a Simón Reyes en 1986. Gracias a su verbo convincente, los marchistas aceptaron el repliegue ordenado y pudo esquivarse una masacre. Lo único nuevo ahora, una década más tarde, son esos lentes que le regalan un aire de intelectual que antes destellaba de maneras más sutiles.
Escóbar ha pasado de militante obrero a militante cocalero y ha encontrado en las sofocantes asambleas de Eterazama el vigor social al que se acostumbró cuando era dirigente de Catavi. Ni siquiera lo duda, el paralelismo está ahí sin más rodeos: “Cochabamba es ahora lo que fueron las minas en los años 50, el centro económico del país”.
“Filipo”, como lo conocen sus viejos amigos, ha trocado algunas palabras de su vocabulario habitual. Ya no habla de propiciar grandes inversiones en la Comibol para preservar los quilates políticos del proletariado minero, sino de potenciar las alcaldías controladas por la Asamblea de la Soberanía de los Pueblos (ASP), la organización política liderizada por Evo Morales. El poder cocalero es una realidad en Cochabamba, cuyo Consejo Departamental está dominado por delegados provinciales capitaneados nada menos que por el propio Escóbar.
Y allí, en el Chapare, el ex dirigente obrero vive periódicos baños de multitud. Tres congresos de las federaciones del Trópico lo han elegido como su asesor predilecto. “Tengo más votos que el Evo”, dice con picardía.
Si lo que cuenta es cierto, esta permuta de productores de estaño por productores de coca no es un mero reacomodo táctico para él, sino la continuidad de sus ideas más intimas, dentro de otro escenario. En los años 70, Escóbar sostuvo que los sindicatos en Bolivia no podían ser comprendidos en el sentido occidental, es decir, el de defender consignas gremiales, sino que estaban dotados de una vocación hacia el autogobierno. Así, la COB, más que una clásica central sindical, era un órgano de poder de talla soviética. Por eso Escóbar propuso en su tiempo que los trabajadores organizados se adueñen de la coyuntura democrática inaugurada en 1978 y avancen hacia la toma del poder, pero no a través del partido político a la usanza bolchevique, sino mediante sus organizaciones naturales.
Ahora esas ideas parecen verse reflejadas en la aventura electoral de Evo Morales y sus huestes. “Aquí se ha fusionado la actividad sindical con la política, ya no hay separación entre ambas”, comenta Filemón reconfortado. Pero no sólo eso, hoy los líderes campesinos son alcaldes, concejales, consejeros departamentales y desde agosto pasado, parlamentarios. Las federaciones del trópico cochabambino han optado por acceder al poder político sin mediadores, aunque con sigla prestada, la de la Izquierda Unida. “Antes era más utópico”, dice Filemón subrayando que sus ideas tienen hoy más asidero que antes. Y el autogobierno, ¿funciona?, le consultamos. Él no tiene la menor duda, “hay que ver cómo las bases carajean a sus representantes”, comenta. Por lo pronto, de los 20 mil bolivianos de dieta que recibe cada congresal de ASP, 18 mil deben ir a manos de sus organizaciones.
Es momento de convocar a H.C.F. Mansilla. Para este filósofo con estudios en Alemania, las ideas de Escóbar son “teóricamente insostenibles”, pues la insurgencia de un movimiento como el de los cocaleros dista mucho de ser la cuna de una nueva izquierda en Bolivia. Mansilla va más allá al afirmar que ASP sólo representa los intereses sectoriales de una pequeña fracción de la población cochabambina y que ni siquiera es un movimiento revolucionario, sino uno bastante individualista y conservador. “Tiene, como todavía lo exigen las modas bolivianas, un barniz rojo, porque no se atreve a expresar públicamente su ideología altamente sectorial”, asegura Mansilla. En síntesis, un espejismo sin grandes rasgos extraordinarios.
El antagonista de Filemón Escóbar en este debate figurado desmonta también la idea de que la fusión entre lo sindical y lo político sea algo radicalmente distinto o contestatario. Mansilla piensa que es muy normal que un grupo de presión como los cocaleros, provisto de banderas particulares, canalice sus demandas de manera autónoma ante la falta de un partido que lo represente. Al mismo tiempo no cree que el actual sistema político boliviano se vea debilitado por la presencia de ASP, dado que los cocaleros, vaticina, no conseguirán construir una organización nacional capaz de restarle espacio a las siglas políticas tradicionales. “Han tocado el tope de sus posibilidades”, sentencia nuestro entrevistado. Como es natural, Escóbar piensa en clave optimista sobre esto y profetiza un próximo triunfo municipal de ASP en 14 de las 16 provincias cochabambinas.
En torno a los ecos suprarregionales que pueda tener el movimiento dirigido por Evo Morales y Alejandro Veliz, Mansilla no encuentra porvenir alguno para otros movimientos sociales decididos a transformarse en opciones políticas. Él cree que si bien los partidos bolivianos han desilusionado con frecuencia a sus adherentes, no hay razones para creer que éstos puedan ser reemplazados por sindicatos o asociaciones civiles. La respuesta de Escóbar a este cuestionamiento es materia del recuadro que completa estas páginas.
OJO RECUADRO
La coca como caudillo
Un anhelo pendiente:
ganarse al país
“El movimiento cocalero sólo representa sus intereses parciales. Lo que en realidad hace es ideología en el sentido clásico, es decir, hacer pasar intereses sectoriales como si fuesen nacionales, pero no tiene ninguna incumbencia, a Dios gracias, ni en el resto del país ni en los demás segmentos de la sociedad cochabambina”. Palabras lapidarias de H.C.F. Mansilla. El aislamiento de los productores de coca es para él la demostración más clara de su inviabilidad como proyecto nacional.
Filemón Escóbar coincide sólo parcialmente con este punto de vista. Está de acuerdo en que la meta principal del movimiento cocalero consiste ahora en ganar a sus consignas a la mayoría empobrecida del país, en acaudillar a la nación. Ese también fue el desafío pendiente de los mineros en su época de oro, quebrar el cerco y transformarse en clase nacional. Sus persistentes derrotas o victorias se explican por la ausencia o presencia de su liderazgo en la opinión pública del país.
En lo que Escóbar difiere de Mansilla es en el devenir. El asesor de los cocaleros piensa que la hoja de coca y los paradigmas de la cultura andina tienen la capacidad de convocar a las mayorías afincadas fuera del perímetro cochabambino. Para refirmar su optimismo Escóbar recuerda que ASP tiene un caudal de votos decisivo en el valle alto, no sólo en el trópico del departamento. La razón es muy simple, los cultivadores vallunos pasan importantes periodos de año en los cocales, han copado ambos pisos ecológicos y se mueven de un sitio al otro con la mayor soltura. A ello se suma la migración a la zona de ex trabajadores mineros, quienes con su preparación política, han añadido un ingrediente más al paisaje de los conflictos y la organización regionales. En sus primeras visitas al trópico, Filemón Escóbar reconoció en una asamblea campesina a diez ex perforistas de la sección “Lagunas” de Siglo XX.
De manera que si ASP quiere trascender los límites de su actual representación, debe desbloquear en la sociedad boliviana, propone Escóbar, la identidad étnica
Doble identidad de la lucha de clases en Bolivia, lo étnico y lo clasista. La dirigencia de la COB debe ser expresión de la cultura andina. A la COB le faltó el paradigma andino amazónico.
Los cocaleros también empiezan a enteder a las otras etnias.
Elección de Filemón como asesor, más votos que el Evo. En tres congresos.
Izquierda nació del vientre de la Universidad. 1920, 1970. Nueva izquierda nace el 3 de diciembre de 1995 y el 1 de junio de 1997. Ya no se cree en la izquierda universitaria porque termina en la derecha, Goni expresión de la universidad.
Paradigmas de la nueva izquierda: defensa del medio ambiente, solidaridad, servir a los demás. Romper el paradigma industrialista, buscar la seguridad alimentaria, derecho a la fiesta (no ser competitivo).
La toma del poder, mejor si electoralmente, ganar en 14 provincias de Cochabamba excepto Quillacollo y El Cercado.
Quiebra del MBL, norte de Potosí, quiebra de Condepa.
Dos limosnas de Goni, la PP y la Descentralización.
Diagnóstico al futuro, notable inseguridad, carácter hipotético.
Ahora menos que nunca, los acontecimientos de los últimos años demuestran que los dirigentes cocaleros son más realistas, están defendiendo como debería ser dando a conocer la legitimidad de intereses particulares. Franco descenso del culto a la coca en población indígena urbanizada, pero en ascenso entre intelectuales que se dedican, como el señor Escóbar, profesionalmente a defender causas políticas, les dan cobertura ideológica. Rolando Sánchez, imágenes de progreso de las comunidades, estas quieran modernizarse a la occidental. Papel decadente de la hoja de la coca, el acullico se pierde, esto no es reversible, la cultura occidental es tan fuerte que echará por la borda lo que queda de estas costumbres indígenas. el culto a la coca, una invención ideológica.
Manejan más recursos, en la mayoría de los países se dan procesos de municipalización, Colombia desde 1991, enorme fuente de atracción para los movimientos guerrilleros, FARC y ELN para apropiarse de esos fondos públicos, ahora más fácilmente saqueables. En Bolivia la realidad es menos dramática, pero sigue esa pauta, organización para apropiarse de esos fondos públicos. Esa ha sido el único efecto práctico de la Participación Popular, una democratización de la corrupción.
Los aleja algo de la violencia, en el momento en que entran al juego electoral, aceptan las reglas del juego, las leyes, el ordenamiento de la sociedad. Por lo menos esta decisión de participar en elecciones nos alejan de una violencia. Noto en el movimiento cocalero una moderación creciente. Todos los grupos tratan de sacar su ventaja dentro del marco de lo posible.
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